En esto del toro hay mucho desgraciado. Mucha gente sin
gracia, sin suerte, sin fortuna. Sin embargo, ahí tienen a Joselito Adame, un
tipo con suerte en veras. Tiene de todas las suertes, de la buena y de la mala,
en una misma tarde. Vamos, que a la hora del quinto, la gente de domingo se
creía que Joselito era un completo desgraciado porque le había tocado el toro
claro de la corrida y se le había lesionado en el momento clave. Los casi 17.000 espectadores tenían casi claro que al mexicano le habían echado un mal del ojo para este San Isidro.
Pero salió Adobero y, justo entonces, Joselito Adame comenzó a ser un tío con
gracia, con fortuna y hasta con talento.
Son las cosas de la suerte, los caprichos que ella tiene,
señor Adame. La suerte es caprichosa, sí, pero también egoísta y celosa. Por
eso hay que estar ahí, siempre rondándola, pertinaz en el flirteo con ella. Y
el señor Adame sabe de eso, entre otras cosas porque es torero. Los toreros son
expertos en relacionarse con la diosa fortuna. Lo que les cambia la vida. A
Joselito, el señor Adame, le cambió ayer. Y le pudo cambiar aún más. Porque es
de tío suertudo que te toquen los dos mejores toros de una corrida guapa y
movida de Montecillo, dos toros de triunfo gordo para el señor Adame.
Dicho así, el azteca podría ser hoy el tío más envidiado del
escalafón. Su primero era franco, galopón, alegre… Hasta fácil de desorejar
parecía el tercero de corrida. Qué suertudo es Joselito. Pero el toro hizo
crack y su mano izquierda no aguantó. Qué mala suerte. Pobre mexicanito, que ya
lo tenía ahí. Si es que este San Isidro le viene gafado.
De la suerte de Juan Bautista nadie habla, porque es como si
diera igual. El público tiene la sensación de que al francés la suerte le es
indiferente. Ni para bien, ni para mal, sino todo lo contrario. Su primero, el
único que desentonaba del parejo sexteto, fue como parecía, boyancón,
caminador, sin empleo y de fácil convivencia. Bautista optó por no molestar a
Escudero y Escudero a Juan. El cuarto, bajo, fino, estrecho de sienes, toro de
toreros, sacó la buena pasta de la que parecía estar hecho. Embistió el toro
bien. Y Bautista lo torero bien. Pero bien no es sinónimo de profundo, de
conmovedor, de excelso, ni siquiera de brillante. Bien es sinónimo de adecuado,
de correcto. Y eso en Madrid genera indiferencia. Tanta, que ni su matar
perfecto se tuvo en cuenta.
La relación de Alberto Aguilar es más bien agria. Se sabe
que no se llevan bien. Cuando parece que Aguilar se asienta en su hueco en el
toreo, cuando todo le va sobre ruedas, le llega un percance duro. Le ha pasado
varias veces. Y es como un volver a empezar. Para Aguilar, este San Isidro es
de los de encarrilar las cosas otra vez, de montar su carrera sobre las ruedas.
Pero no será gracias a la tarde de hoy. Su primero, que como el anterior
recordaba más a los atanasios que a los juampedros, se venía raudo, con disparo
y una pizca disperso, embrocaba obediente a los toques y salía con la cara
natural para continuar con su acometida apelotonada, como yendo con todo de
golpe. Y por el izquierdo, encima, se venía recto. Una mezcla de virtudes que
gustan mucho a los públicos y defectos que mosquean a los toreros. Y así
ocurrió, que el toro gustó y el torero se notó mosca.
Su otro toro, por el contrario, tuvo mejor ritmo, más
franqueza, una suavidad que sembraba la indiferencia en el público y que
prendía la mecha de la ilusión en el torero, que recobraba otra vez la fe de
sentirse capaz de hacer, de mover, de lidiar, de torear y gustarse. Dos labores
opuestas y que no suman a la carrera de Alberto Aguilar, aunque mató fácil y
bien.
Los caprichos de la suerte esperaban al señor Adame en el
chiquero. Y allí se fue a rondar Joselito, sabedor de que a la suerte hay que
tentarla, buscarla, encelarla, mantener un perenne coqueteo con ella, aunque te
pida el divorcio definitivo. La larga cambiada a portagayola y el saludo
capotero, como los quites por gaoneras o zapopinas que recetó en sus turnos eran guiños y piropos a la suerte. Y esta le respondió con Adobero, con el
ritmo de sus embestidas, con la clase con la que cogía los vuelos de la muleta
del señor Adame. Ese pitón izquierdo era la diosa fortuna tocando con la varita al
señor Adame, que sintió el calambrazo y se puso a torear de frente, a recoger la
templada acometida, a suavizar el celo y a vaciar el empuje para dejar la
muleta abierta, con la pierna puesta y el medio pecho, y engarzar otro natural,
y otro que eran hasta bonitos. Tan convencido estaba el señor Adame de que
había enamorado a la suerte que le jugó un órdago a última hora. Todavía la
tentó a espadas. Y mató como pedía el gran Adobero, dejándolo venir, enterrando
todo el acero en la suerte de recibir, arriesgando a lo menos practicado.
Y así le llegó el éxito importante a Joselito. Señor Adame
le llaman, desde hoy, los que juegan con la suerte.
FICHA
Madrid, domingo 17 de mayo de 2015. Toros de El Montecillo, encierro
parejo. Con movilidad y ayuno de clase, salvo el corrido en sexto lugar, que
embistió con gran calidad sobre todo por el lado. El tercero se lesionó durante
la lidia.
Juan Bautista: de caldero y oro, silencio y silencio.
Alberto Aguilar, de verde menta y oro: silencio tras aviso y
silencio.
Joselito Adame, de malva y oro: silencio y oreja.
Entrada: 16.940 espectadores, en tarde espléndida.
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