Andaba la plaza, llena a reventar, dislocada por lo que se
dislocan las cosas, por los excesos. Había exceso de expectación por examinar a
Diego Urdiales y en ese examen unos se excedían ensalzando y otros derrocando.
Saltó, todavía con el debate instalado en la grada, el quinto Cuvillo, que
venía haciendo eses, de lado a lado. Anda descoordinado, dijo el sabio
resabiado. Borracho es lo que está, concluyó el ocasional. Pañuelo verde, unos
que Urdiales sí pero no, otros que no pero que vaya trincherazo, otros que si cae,
de oreja clara… Y entre tanto exceso, salió un toro y, sin mediar palabra, a todos puso de acuerdo.
Lenguadito era un remiendo de lujo, sobrero de El Torero que
ya estuvo de sobra en la otra tarde de Talavante. Toro fino en todo, en sus cabos,
en su pelo negro, en la apretada cuerna, en su culata ligera, en sus pechos
nada cargados y en su cara limpia, de fiera y noble expresión. Lenguadito, con
sus estrechas sienes, sus dos puntas engatilladas puestas para coger, se puso a
usarlas persiguiendo todos los estímulos con ellas, con absoluta entrega, con
distinción, con perfección quería coger Lenguadito. Ni un derrote mal dado, ni
uno. Fue lidiado con tempo y temple, bien cuidado por el banderillero Chacón,
ahormado en dos varas cabales, y así Lenguadito llegó a la hora de la muleta con
ritmo, conectándose con los flecos de la muleta del francés Castella, que
brindó al sempiterno Rey de España, Juan Carlos I.
Fue a más en entrega, en humillación, en celo, llegando a
los finales, quedándose conectado a la tela, clavando las manos para girar
abriendo la cadera y a la espera de otro leve estímulo que le incitase a
empujar en otra embestida igual, y en otra, y en otra, como incansable.
Era ya la tercera tanda con la derecha, derecheando Castella
una y otra vez, con series largas como mayor virtud, girando sin la moda de
ceder terreno, de perder pasos. Y llegó la mano zurda y por ahí Lenguadito era
igual o mejor aún, la excelencia en la embestida, la cadencia, el recorrido, la
humillación, sin ese galope tan de moda, sin ese galope que luce tanto y que
tapa tantas carencias. Su acometer era de profundo y entregado caminar. Era el
toro perfecto, el que pone de acuerdo a ganaderos, toreros y públicos, el toro
que se sueña, el toro que todos buscan y pocos logran, el toro que tenía
preparado Talavante y que sirvió en bandeja el triunfo a Castella. Era el
toro que a todos puso de acuerdo. Su lidiador, Castella, no. Porque unos decían
que qué hay que hacer para cortar dos orejas. Matar perfecto y no en el rincón,
contestaban otros. Que si el toro era de dos y la faena de una, que sí, que
hubo firmeza y ligazón, pero que faltó excelencia, desnudez, novedad, que faltó
darle una vuelta de tuerca al toreo como el toro requería.
Hubo otro toro con cierto interés, el cuarto, y con él se
dislocó la plaza. Urdiales lo dejó crudo en el caballo, apostando, con el toro
montado, desafiante, arrogante y bruto. Y con Diego consciente del exceso de
celo en unos y en otros, en los predispuestos a aplaudir y en los predispuestos
a derrocar. Eligió la media distancia, en las rayas, al resguardo del viento
que le imposibilitó con el primero. Allí planteó la faena dedicada al Faraón
Romero. Los frentes, el medio pecho, la muleta en la cadera, la pierna en la
vía y el chocazo destemplado. Un muletazo excelente, una embestida canalizada y
tres arrollones aguantando. Y el cénit de un ayudado por abajo en trinchera que
puso en el tendido el ronco olé, el único ronco olé de toda la tarde. Diego
aguantaba y le daba a elegir al toro y el toro ni elegía, porque iba con todo.
Quedó el concepto, la postura, las espadas en alto, pero también un trasteo deshilado.
Tal vez sin darle a elegir, tal vez usando la trampa de tapar la cara desde
adelante… Tal vez así hubiese gobernado Diego, pero entonces no sería
Diego. Metió la mano en limpia estocada, pero las cosas son las cosas y las
espadas, caprichosas, y esta tuvo el capricho de no afectar como parecía y fue
el descabello el que esfumó el posible premio.
El corretón, galopón, entregado y feble primero supuso un
largo trámite en el que el torero buscó siempre encontrar el equilibrio para
parar las constantes acometidas sin dar con las carnes del castaño Cuvillo en
el suelo, y no tuvo historia.
Como tampoco la tuvo el segundo de corrida, toro simple de
aspecto y arisco de condición con el Castella se puso mucho rato sin ponerse.
Talavante, a estas horas, tendrá menos pelo en su profusa
cabellera. No habrá parado de tirarse de los pelos. Tener ese toro buscado, encontrado,
presto, puesto y dispuesto y que le toque a otro. Bien podía Talavante haber
tirado al suelo al Cuvillo tercero, toro espeso de cuerpo, que embistió mucho y
ligero, pero siempre incómodo, como renegando de hacerlo. Talavante lo
cuidó y hasta le buscó su aquel, porque Talavante vive ese momento en el que pasa
una burra desbocada a su lado y le ve faena excelsa. Tan bien se la puso, tan
bien le lanzó los vuelos, tan buen trato le dio Alejandro al tercer Cuvillo, que
mediada la faena le encontró tres naturales bellos, hermosos, expresivos, casi
milagrosos. Y ya no hubo más, porque el toro, desagradecido, se negó en
rotundo. Y para colmo, la espada, que se atascó.
Estará desesperado Talavante, encontrar a Lenguadito por
esos campos de Dios, embarcarlo un día, y que no salga; embarcarlo otro día y
que le salga a otro que se lo encuentra de bruces y sin querer, mientras que a
él, a Talavante, le esperaba el abueyado sexto, que lo fue de aspecto y
condición.
Será un exceso decir que es de viaducto lo de Talavante y
Lenguadito, traerlo tú y que le toque a otro. Será un exceso decir que Urdiales
hoy sabe mejor quiénes son sus fieles y quiénes los de la ola. Será un exceso
decir que Castella ha cortado una oreja a un toro perfecto que entregaba las
dos. Lo que no es un exceso es que solo un toro puso a todos de acuerdo. Gloria
a Lenguadito, toro de lidia que rozó la excelencia en la primera plaza del
mundo. Ahí es nada.
FICHA
Madrid, jueves 21 de mayo de 2015. Toros de Núñez
del Cuvillo. De notable trapío, bastos y desguales de hechuras. Noble y
galopón el inválido primero; áspero y deslucido el geniudo segundo; arisco y
desclasado el tercero, que se rajó en cuanto se sintió gobernado; sin entrega el
poco picado cuarto y deslucido el abueyado sexto. El 5º fue devuelto por flojo
a los corrales y sustituido por un sobrero de El Torero, excelente.
Diego Urdiales, sangre de toro y oro: silencio y
vuelta al ruedo tras dos avisos.
Sebastián Castella, grana y oro: silencio y oreja
tras aviso.
Alejandro Talavante, de nazareno y oro: silencio tras
aviso y silencio.
Entrada: Lleno de "No hay billetes", en
tarde con algunas rachas de viento. S.M. El Rey Don Juan Carlos I y su hija la
Infanta Doña Elena presenciaron juntos el festejo desde dos localidades
ubicadas arriba de chiqueros.
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